viernes, 7 de septiembre de 2007

VIDA Y PRODIGIOS DEL PADRE GUATEMALA (fragmento)

Padre Guatemala en el convento de los Descalzos. Autor desconocido

“¡Inventa, inventa,
no te olvides!”
Paco Pérez


1


Las vidas de los santos están repletas de maravillas, casi siempre silenciosas, escondidas, secretas. Como pálido reflejo de los grandes milagros interiores surgen a veces pequeñas taumaturgias aparentemente absurdas y con frecuencia graciosas. Cuentan del padre Guatemala, un santo y viajero empedernido, que a su paso no dejaba huella, porque sus toscas sandalias levitaban sobre el suelo.

Muchos debieron ser testigos de aquel extraño portento, porque fray Ramón Rojas sí que fue un peregrino. Estuvo casi cuatro décadas recorriendo su natal Guatemala, y los siguientes quince años los pasó entre Lima e Ica, haciendo milagros, guiando multitudes y educando a su grey.

Cuentan que después de una azarosa travesía que lo trajo desde Guatemala, desembarcó en el Callao sumamente enfermo, casi moribundo. Corría 1834 y a no ser por una negra gorda y buena que lo atendió, el franciscano hubiera muerto sin cumplir su destino de santidad.

Estuvo varias semanas con unas tercianas y temblazones extrañas. La negra le daba de comer papillas que fray Ramón con frecuencia vomitaba. Dicen incluso que la voluminosa mujer lo envolvía con sus brazos y sus pechos para calentarlo. Y que así lo mantuvo vivo hasta que reaccionó, por milagro, como siempre. Es la vida que se renueva cuando las altas fuerzas así lo determinan.


2


Ahí está la vera efigie del fraile en casa de los Pérez Silva en Ica. El Padre Guatemala era enjuto de rostro, de pequeños pero vivaces ojos negros, de nariz afilada. De complexión delgada, apenas si comía, porque como él decía, el aire lo alimentaba.

Fray Ramón pasó cuatro años entre Lima y el puerto del Callao haciendo obras piadosas, construyendo hospitales, entregado a la meditación en el convento de los Descalzos, pero al cabo decidió marcharse lejos. En aquel entonces Ica quedaba muy distante. Cuatro días por mar si había viento y cuatro o cinco jornadas en cabalgadura. Gente poco benévola afirma que vino a Guatepeor, pero el padre Guatemala nunca lo pensó así. Llegando a Ica se enamoró para siempre de la luz que se derrama sobre este valle. Un entusiasmo extraño tocó su corazón y supo que había llegado a la tierra prometida. Quizá la luminosidad del cielo le recordaba su lejano pueblo maya, o tal vez fray Ramón reconoció en la claridad iqueña el llamado del señor para acometer una obra grande aunque secreta, y más grande aún cuanto más secreta.

1 comentario:

Maricarmen dijo...

Al leer Yo Pecador, conocí la existencia de este insigne personaje. Gracias, por tu nota